martes, 12 de junio de 2018

Simple Minds | Alive and kicking

Jardines de Pedralbes, Barcelona

Coche. La palabra coche me hace pensar en felicidad, en tranquilidad, en un amplio abanico de momentos y, siempre, en música. Me hace pensar en un Golf IV azul marino; mi coche si hablamos de propiedades materiales. Pero también en un Peugeot 405 color burdeos; mi coche si hablamos de otras propiedades mucho más allá de lo material. 

El Peugeot 405 tenía un compartimento entre los dos asientos delanteros -que se abría con una tapa de bisagra hacia arriba- donde cabían seis o siete cassettes (y desconozco si el fin de este compartimento era este u otro). Prácticamente, durante los siete primeros años que, aún sin saber ni poder conducirlo, ese fue mi coche, las cassettes de ese compartimento iban complementándose con las de la guantera. Sin embargo, hay cinco cassettes que siempre estuvieron allí: una con franjas azul, amarillo, rojo, un reloj, una calavera, una copa y varias personas (*); una gris efecto mármol con el título en mayúsculas negras sobre un rectángulo rojo en la parte superior (**); otra azul claro con una guitarra plateada -aunque durante mucho tiempo yo creyera que era un parquímetro extraño- (***) y dos misteriosas cassettes negras exactamente iguales -excepto por un 1 y 2 en sus laterales- con un corazón, una corona, dos manos a los lados y unas letras en las que, para mi, solo era fácil leer "LIVE" y, algo más pequeño, "In the city of light".

Por motivos difíciles de conocer con precisión tantos años después, a mis oídos le encantaban la primera ("it's easy to learn as your ABC", "tea in the sahara with you") y la segunda ("y no sé porqué tuve que marchar", "mi nombre es Juan Antonio Cortés"). Sentía también una devoción, convertida ahora en un escalofrío profundísimo en mi memoria, por el primer minuto de una canción ("Walk of Life") de la tercera cassette pero había algo en las cassettes "LIVE" que, para mi, no era como las demás. No sabría decir si me gustaba o no me gustaba; quizás la palabra exacta es que me sobrecogía, me imponía respeto. Y aún hoy lo hace. 

En esas cassettes negras, con ese únicamente inteligible "Live - In the city of light", no había sólo música: había gente cantando, emocionada, aplaudiendo, coreando; había una batería contundente, guitarras, una voz con una energía descomunal, unos coros femeninos, canciones de más de tres minutos. Sé que yo no las cantaba, no me era fácil imitar ninguna frase más allá de algún "lalala" pero, aún así, cada melodía, cada riff de cada una de las catorce canciones de estas dos cassettes se quedaron grabados en surcos profundos de mi memoria. A pesar de que, según mi madre, esa fuera la cassette de todas -no solo de las del coche- que menos me gustaba. Tenía entre cinco y ocho años y un mundo musical por descubrir (sobre todo, gracias a ella). 

Analizándolo desde ahora, con la perspectiva de los años, pienso que, seguramente, la música que esas dos casettes negras me transmitían es exactamente la misma sensación que me trasmiten ahora: un escalofrío, una sensación intensa que, aún estando más acostumbrada a vivirla, no deja de sorprenderme. Supongo que las regiones de mi cerebro que activa la música se empezaron a conectar en algún momento, quizás incluso antes de que naciera. Supongo que la sensación de escuchar ese directo era demasiado intensa para poderla asimilar sin experiencia. Y sobre todo, supongo, que la primera vez que se experimenta tal sensación -como cualquier otra emoción fuerte- no es fácil de asimilar. Ahora me doy cuenta que, en esas dos casettes, sin saberlo, estaba el trailer de uno de los momentos que cambió radicalmente el curso de mi vida: casi diez años después, comenzando el camino de mi "chifladura musical", experimenté por primera vez un concierto en directo. Y ese día se comenzó a forjar una curiosa adicción por estas vibraciones acústicas más allá de casettes, CDs, coches, radiocasetes, walkmans, discmans y cualquier otro formato diferido. Después de ese día escuché bastante a menudo esas cassettes negras con una nueva fascinación. 

Esta curiosa adicción y este largo historial de heterogéneas aventuras musicales me ha llevado hoy a los jardines de Pedralbes a ver a Simple Minds. En más de una ocasión he vuelto al asiento de atrás de aquel Peugeot 405 color burdeos, sentada en mi alza de porexpan con funda gris, mirándome cantar en el retrovisor central mientras mi madre conducía. Simple Minds era uno de sus grupos favoritos y sentía una especial devoción por este disco en directo. 

Mientras Jim Kerr cantaba, repitiendo esos gestos que lleva casi cuarenta años paseando por escenarios de todo el mundo, mientras yo me movía al ritmo de ese sonido de batería y esos riffs, además de volver a esas huellas profundas en el cerebro que la música es capaz de grabar mejor que cualquier otra experiencia humana, imaginé otra capa superpuesta a la realidad. Mirando a un lugar a unos veinte metros de mí, en uno de los pequeños balcones de la tribuna central -sin quitarle la vista a nadie- la vi apoyada en la barandilla. Con su abrigo negro largo, con unos vaqueros y unos botines, con un pañuelo al cuello, con su flequillo y sus pelos rubios cortos hacia arriba por detrás, fumando y moviendo el pie derecho al ritmo de la música. La observé, la vi mirarme, la vi sonreirme. Sonreí al vacío. En un escalofrío musical mi sonrisa se mezcló con una lágrima y me sentí feliz por muchas cosas a la vez. Y una de esas cosas era la imagen de esas cassettes negras en el compartimento entre los asientos delanteros de un coche que siempre será "mi coche". 

Mi madre nunca vió a Simple Minds en directo. Me gusta pensar que hoy sí. 

"[...] don't you forget about me".-


(*) The Police - Synchronicity
(**) La Frontera - Rosa de los vientos
(***) Dire Straits- Brothers in arms

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