martes, 19 de noviembre de 2019

Tropical Fuck Storm

Sala Upload, Barcelona.


I discovered Tropical Fuck Storm thanks to a very good-timing recommendation which emphasised on the joys of seeing this band live when they, lucky enough, happened to be playing in Barcelona in three-months time. It was one of those rare but glorious musical findings that keep you listening to their albums further than the initial hype. I have this devotion for music where I can see a wide range of influences and paths, music that breaks conventional rules, music that surprises the expectation of known next-notes of the brain with an unexpected one that catch my neurons attention. In every new listening I was taken away by the combination of sound labyrinths they draw, visiting rooms of rock in psychedelic, blues and punk shapes guided by their addictive voices and riffs. 

With the aforementioned feelings, on a cold November evening, I walked up to Poble Espanyol where, hidden across a Plaza Mayor that tries to condense every possible replica in the peninsula, lies Sala Upload. Sala Upload is a nice small venue that, strange enough, despite my intense concert-going life, I seldom visit. It has two height levels above the stalls preceded by balconies so, in a way, there are three different levels of first rows. I chose the first row of the first balcony to have a clear view of what was going to happen on stage with a good-sound distance and patiently waited with no support-act until the venue was completely packed and the lights went out.

Four figures quietly appeared on stage under great cheering and an almost two-hour display of energy began. From the very first instant it began my attention could not simply stay in one of the four asymmetric corners of the stage that the four members of the band represented. Charisma and attraction excelling by all of them. All of them deeply stared at the audience, making a connection beyond the music that transpired further beyond the stage. Erica, in hypnotic blue-turquoise faders, keys and chords, moved her eyes to the left and to the right to the beat of music, to the precise echo of her wide range singing words. Fiona, half-hidden behind her fringe, sculpted accurate bass lines and vocals in the whole picture. Lauren hit the drums with an astonishing strength adding a thick, precise and intense body to the powerful mixture. Gareth, with his “supreme leader” shirt, mastered the resonant frequency of every song with his clear and raspy voice hitting several different registries from whispering to screaming as he lay on the floor or hit the microphone and cymbals. 

The sound was close to perfect from where I was standing, all of the elements on stage were clearly distinguishable and mixed. The audience was mostly respectful and paying absolute attention to what was going on stage, getting into the shared music-communion feeling and fiercely asking for an encore after, song after song, the combination of elements achieved an absolute music endorphins overdose atmosfera. 

One of the best experiences of a live concert is when it exceeds your expectations and when, on top of that, it takes music you already love to a new next level. There is so much added value in a Tropical Fuck Storm show, an added value that, on the other hand, is what most live-event goers seek and what, sad enough, many bands fail to achieve. I really hope they release a live album that captures a teaspoon of this energy or, alternatively, that I get to see them again soon enough for another shot of their musical endogenous and joyous addictive substances. 

sábado, 1 de junio de 2019

Suede | Brett Anderson


[English translation below]

Ayer vi a Suede en el Primavera Sound. Y, después de los más de veintiún años que han pasado desde que comenzó esta afición y/o adicción a la música en directo, puedo afirmar rotundamente que esta ha sido la experiencia musical en directo más intensa que he vivido. Nunca había visto en directo a un grupo que fuera tan importante para mi tan cerca, con un directo tan contundente, con un público tan entregado y con una selección de canciones sorprendente (aún después de ser la quinta vez que que los veo en esta gira). No me atrevería a escribir una reseña o compendio de sensaciones de ninguno de estos cinco conciertos de forma independiente; sólo creo poder ser suficientemente fiel a la realidad escribiendo un conjunto de recuerdos musicales asociados a todas las experiencias que he vivido relacionadas con ellos. 

¿Cómo hablar de Suede sin caer en ninguno de los tópicos pozos de la subjetividad? Supongo que es la confianza de ser especialmente objetiva con las cosas me gustan -más que con las que no me gustan- lo que me hace confiar en que seré capaz. “It’s true if you believe it”, dice Kate Tempest. A pesar de todas las grandes -y heterogéneas- influencias musicales que tuve en la sangre -y también en el coche que me llevaba hacía colegio e instituto- no fue hasta 1997 cuando, voluntariamente, decidí comenzar a apreciarlas correctamente y a descubrir mis propios caminos musicales con algo sencillo (y ya casi perteneciente a otras generaciones): escuchar la radio y grabar las canciones que me gustaban después de haber tenido la suerte de poder “cazarlas”. Aquel año Oasis lanzaron “Be Here Now”, Blur su disco homónimo y aún había ecos del “Tragic Kingdom” de No Doubt. 

En muchas de las cassettes de 1999 aparece “Everything Will Flow” capturada de la radio. En otros recopilatorios caseros en cassettes, CD’s y MP3 gracias a otras fuentes e influencias aparecen muchas otras. Algunas de ellas con profundísimos surcos en la memoria; la pictórica nitidez con la que recuerdo todo lo que había a mi alrededor la primera vez que escuché “Stay Together” es sorprendente. “Un temazo”, así me la presentaron. Y es ahí, en esas cassettes, en esa artesanía de los recopilatorios caseros, en ese “the cars parked in the hypermarket know everything will flow” comenzó un romance que quizás no tendría todos los ángulos y matices para quedarse grabado -“my tattoo will be bleeding and the name will stain”- hasta casi veinte años después. 

Aún así, siempre estuvieron. En todos esos diferentes formatos sonoros, en el disco más escuchado en el comienzo de mi vida fuera del origen a los diecinueve años: “Singles”. “High on diesel and gasoline”. Desde entonces, la primera línea de “Beautiful Ones” abre la caja de una infinidad de momentos de euforia y extrema felicidad. 

Los caminos del azar hicieron que el momento de verlos en directo se postergara hasta 2018 y, desde un iluso “todo pasa por algo”, pienso que que, simplemente, debía de ser así. Aún así, esos mismos caminos me llevaron a encontrármelos fortuitamente en una grabación de “Música Sí” en 2002 (entre las grabaciones de Nick Carter y un concursante de Operación Triunfo). Recuerdo el impacto de ver a Brett Anderson sin esperarlo allí, en un plató de TVE, tan cerca, grabando “Positivity” y “Obsessions”. Recuerdo cantarlas. Lo recuerdo mucho más nítido que cualquier otra cosa que pasara aquella tarde. Poco tiene que ver una grabación televisiva con un concierto pero, aún así, lo recuerdo hipnótico en sus formas y movimientos; grácil, frágil. Unos vaqueros azul claro, una camiseta verdosa. Con un té en un vaso de cartón observaba a las chicas del público. Creo que yo era la única persona que sabía quienes eran.

Más de trece años después de eso, un miércoles de Primavera Sound 2016, ofrecían un concierto gratis en el Fórum en una desafortunada tarde de huelga de todo tipo de transporte y reubicación personal de piezas internas. Media hora de retraso hizo que apenas pudiera ver las pantallas desde la distancia y que tampoco fuera fácil escuchar la música con personas alrededor más preocupadas por otros menesteres. Aún así, ahí, con más recursos en todos los sentidos, me aseguré que en una próxima gira iría a verlos dónde y cómo hiciera falta. 

Una tarde de mayo de 2018 un anuncio de gira europea me hace creer en una posibilidad de gira por España que, finalmente, no se materializa. Pero, una coincidencia cósmica hace que se combinen todos estos elementos: Londres, Hammersmith Apollo, 12 (y 13) de octubre y un puente. Esto mismo se vuelve a repetir meses después con Manchester, Albert Hall, 19 (y 20) de abril. “Can’t get enough”. Recuerdo el primer segundo en ese Hammersmith Apollo con entradas agotadas como tras una tela blanca y los acordes de "As One" apareció la silueta de Brett. “Oh, I'm your blue-eyed boy”. Y así empezó todo. Y así ha empezado cada uno de estos cinco conciertos donde la setlist siempre cambia, donde se recuperan canciones que hace años que no tocan, donde ha habido momentos acústicos sin micrófono, sudor, lágrimas, sonrisas, camisas rotas, saltos, bailes, una energía descomunal que se extiende desde cada vuelta del cable del micrófono, desde cada interacción con el público hasta el último rincón de las salas. Me hace pensar en Dave Gahan, en Mike Jagger, en Jim Morrison, en David Bowie, en Bunbury, en Mike Scott. Pero hay algo más allá en Suede, algo que está tan “más allá” que no soy capaz de otorgarle las palabras necesarias.

Siempre he pensado que en la música, en cualquier música, hay algo atemporal, animal, primario y también algo terriblemente erótico y sexual. Todo esto es  por lo que a muchas personas nos genera este adictivo atractivo la música, especialmente en directo. Supongo que observar y sentir la materialización de todos estos adjetivos en todos los elementos que intervienen en un concierto de Suede hace que “The Insatiable Ones” no sea un término elegido al azar en absoluto. Supongo que eso es lo que hace querer repetir una y otra vez la experiencia de verlos en directo o lo que busca en escucharlos en disco volver de forma continúa a esos recuerdos musicalmente intensos.

Quizás es ahora, en este un punto de la vida en el que me siento suficiente y agradablemente mayor para entender muchas cosas que en otro tiempo anterior me hubieran desbordado, el momento preciso en el que la música de Suede -después de estos directos- ha podido engancharse a cada uno de mis receptores sonoros y sensoriales para convertirse en una sustancia altamente adictiva de la que dudo poder deshacerme. “To see my heroine”. Quizás no podía haber sido antes. Y sí, quizás, y solo quizás, ese galardón, ese primer puesto de listas de elementos fundamentales (favoritos o preferidos), que en otros capítulos anteriores de la vida era tan fácil de asignar indiscriminadamente, ahora, y por un tiempo que se estima bastante largo, sea para Suede y, sin duda, para Brett.

"I'm never alone now 
'cause I'm with her 
and nobody knows"
- Heroine, Suede.

[Spanish translation above] [Yesterday I saw Suede at Primavera Sound. And, after the more than twenty one years that have passed since this hobbie and/or addiction to live music began, I can definitely confirm that this has been the most intense live music experience I have ever lived. Never before had I seen a band this important to me this close, with such a powerful live show, with such a devoted audience and with a -still- surprising setlist (even being the fifth time I see them this tour). I will not dare writing a review or abstract of the feelings of any of these five concerts separately; I can only believe that I can try to be faithful to reality by writing a set of the musical memories I treasure from all the experiences I have lived related to them.

How can I talk about Suede without falling easily into any of the cliché wells of subjectivity? I guess it's the self-confidence of being specially objective with the things I like -more than with the things I dislike- which makes me believe that I can do it. "It's true if you believe it", says Kate Tempest. Despite the extensive -and heterogeneous- influences that I had in my blood -and also in the car that took me to school and high-school- it was not until 1997 when, out of my own will, I decided to start to appreciate them correctly in my own terms and find my own musical paths with something simple (and probably belonging to other generations now): listen to the radio and record the songs I liked after being lucky enough to "catch them". That year Oasis released "Be Here Now", Blur their self-titled album and there were still echoes of No Doubt's "Tragic Kingdom".

In many of the 1999 cassettes there is "Everything Will Flow" captured from the radio. In other homemade mixtapes, CD's and MP3 compilations, thanks to different sources and influences, there are several others. Some of them with terribly deep imprints in the memory; the pictorial clarity in which I remember everything that surrounded me when I first listened to "Stay Together" is quite surprising. "A top tune", that's how it was introduced to me. And it's there, in those cassettes, in that homemade mixtapes craft, in that "the cars parked in the hypermarket know everything will flow" where a romance began, a romance that probably didn't have all the angles and shades to actually engrave -"my tattoo will be bleeding and the name will stain"- until almost twenty years after.

They were always there though. In all of these different sound formats, in my most-listened album when my life started far from the origin when I was nineteen: "Singles". "High on diesel and gasoline". Starting back then, the opening line of "Beautiful Ones" opens the box of an infinity of euphoric and heightened happiness moments.

The paths of, say, fate postponed the moment of seeing them live for the first time until 2018 and, from a kind of naive "everything happens for a reason", I believe that it simply needed to be that way. Despite of that, those same paths made me surprisingly came across them in a music TV-program recording in 2002 between the performances of Nick Carter and a contestant of the Spanish equivalent of American Idol. I can still recall the shock of seeing Brett Anderson there without expecting it, in a TV set, so close to me, recording "Positivity" and "Obsessions". I remember singing along. I remember that more clearly than anything else that happened that evening. A TV program recording has absolutely nothing to do with a live concert but still I can remember him rather hypnotic in his manners and movements; gracile, fragile. Light blue jeans, a greenish T-shirt. Holding a cardboard cup of tea he observed the girls in the small audience; I think I was the only one there who knew them.

More than thirteen years after that, a Wednesday of the Primavera Sound week of 2016, they did a free show in the Forum in a misfortunate transit strike evening and a personal reallocation of internal pieces. Arriving half an hour late made that I couldn't even see the screens from the distance and that neither was much easy to listen to the music having many people around me more worried about other things. But despite all that, and with much more resources in every possible sense, I promised myself that the next tour, whenever that was going to happen, I would go to see them wherever I could.

A May's 2018 afternoon a European tour announcement makes me believe in the possibility of a Spanish tour that, eventually, does not materialise. But such a cosmic coincidence makes all these elements collide: London, Hammersmith Apollo, October 12th (and 13th) and a bank holiday long weekend. This same situation happens again some months afterwards with Manchester, Albert Hall, April 19th (and 20th) and the Easter weekend. "Can't get enough". I remember the first second on that sold-out Hammersmith Apollo night when, behind a white fabric and with the first chords of "As One", Brett's silhouette appeared. "I'm your blue-eyed boy". And that's how it all started. And that's how every of these five concerts have begun, where the setlist always changes, where they rescue songs that they haven't played for years, where there have been acoustic moments without microphone, sweat, tears, smiles, ripped shirts, jumping, dancing, a massive energy exhaling from every turn of the microphone cable to the last corner of the venue. It makes me think of Dave Gahan, of Mike Jagger, of Jim Morrison, of David Bowie, of Bunbury, of Mike Scott. But there's something beyond that in Suede, something so "far beyond" that I am completely unable to find the appropriate words.

I have always believed that in music, in any music, there's something timeless, animal, primitive and also something terribly erotic and sexual. And this is why for many people music causes this attractive addiction, specially live music. I suppose that observing and feeling the materialization of all of these elements in a Suede concert makes "The Insatiable Ones" a term not picked randomly in any way. I suppose that this is what makes someone want to repeat the experience of seeing them live over and over again or what seeks a way of continuously reliving those intense musical memories listening to their albums.

It's maybe now, in this point in life where I feel pleasantly old enough to understand many things that in a prior time would have overwhelmed me, the precise moment in which Suede's music -after these live experiences- has hooked up to each and every one of my sound and sensorial neurotransmitters to become a highly addictive substance that I doubt I can ever shake off. "To see my heroine". Maybe it couldn't be earlier. And yes, maybe, and just maybe, this reward, this first chart position of lists of essential elements (or favourites), that was so indiscriminately assigned in previous episodes of life, is now, and for a time that I estimate quite long, for Suede and, with no doubt whatsoever, for Brett.]

lunes, 6 de mayo de 2019

Metallica | Una M y una A

Estadio Lluís Companys, Barcelona


¿Qué es esta sensación gloriosa de caminar sola el eje casi rectilíneamente perfecto entre Plaza de Espanya y mi casa escuchando el Live Sh*t: Binge & Purge? Camino intentando revivir lo recién acontecido, prolongando la intensidad, cantando mirando el eco de mi sombra por calles tantas veces recorridas, observando el conocido vaivén y cadencia de mis pasos seguros, mi cabeza alta y las manos en los bolsillos o tocando acordes en guitarras y baterías imaginarias; acordes que desconozco pero que la vida ha confirmado más de una vez que parezca que sepa perfectamente cómo se llaman. Mirando desafiante al frío viento de una noche barcelonesa de mayo, me pregunto qué es esta sencilla pero desbordante satisfacción y libertad de huir de tu asiento asignado para encaramarte a una barandilla al final de tu sector, a pie de escalera, a las ocho de la tarde y no soltarla hasta casi cuatro horas después; defendiéndola con los pies separados y bien clavados en el suelo acotando, por lo menos, un metro cuadrado de espacio vital. ¿Qué hay mejor que encontrar un lugar en un sitio con miles de personas en el que parezca que estás tú solo ante el sonido, solo ante reiteradas frecuencias de tu imaginario?

Hace unos veinte años, Metallica -y ese S&M- me abrieron las puertas de un universo desconocido, un sub-universo de uno de los que mi madre me había presentado en formas diferentes y anteriores; y también en muchos de sus orígenes e influencias percursoras ya que, cuando ellos se ganaban su merecido lugar en la historia musical, ella estaba ocupada intentando que una niña de pocos años le dejara escuchar a Deep Purple, Uriah Heep, Simple Minds o Dire Straits en el coche. Diez años después For Whom The Bell Tolls sonaba bien fuerte en el mismo coche por decisión conjunta. La vida y sus vueltas. 

Metallica no serán probablemente los mejores representantes para muchos ni del heavy, ni del metal, ni del thrash, ni de nada. Metallica para muchos otros sólo serán un logotipo que han visto infinidad de veces en los lugares más inverosímiles (incluso en camisetas de los imperios textiles más conocidos). Para algunos, sorprendentemente, serán un nombre que no activa ningún tipo de mecanismo cerebral. Y para otros, como yo, es posible que también hayan sido la puerta a la maravillosa heterogeneidad de la "metalurgia". 

En un momento del concierto, James Hetfield reflexionaba sobre lo sorprendente y agradable que es tener a personas escuchando canciones que escribió hace treinta y ocho años. Y sí, es sorprendente. Pero supongo que no hay mejor motivo que ese para seguir haciéndolo. Y esa cifra, esos casi cuarenta años de escenarios, son los que harán que, hasta el día que decidan que las campanas doblen por ellos, merezca la pena quedarse hipnotizado hasta el último segundo después del protocolario reparto de púas y baquetas, de los saludos y agradecimientos de cada uno de ellos, de las pantallas con un mensaje e imágenes personalizados en función de la ciudad. Ese histórico de escenarios mastodóntico es el que consigue que nadie -nadie de los que tenemos un mínimo de respeto por la música- decida moverse hasta que las luces del estadio se enciendan confirmando oficialmente el final. Cuando alguien es un profesional del escenario, cuando uno entrega lo que hace a ese espacio y lo lleva haciendo prácticamente toda la vida, ni la pésima acústica en la distancia del Estadi Olímpic puede ensombrecerlo. 

Gran despliegue de festival, una M y una A presidiendo el escenario. Esa M de estrella ninja, de grafiti de mesa, de recurso fácil de dibujar para buscar camaraderia musical. Hay que tener mucho valor para ser teloneros de un grupo así. Pero aún con este pequeño hándicap, y sin los mejores ajustes acústicos, Ghost presentan un directo interesante. Tampoco especialmente cautivador en estas circunstancias -y distancias- pero correcto. Seguramente, este, no era el momento. 

It's A Long Way To The Top de AC/DC, como en ocasiones anteriores, anuncia los minutos antes de apagar las luces y, casi doce años después de aquel primer segundo personal, vuelven a apagarse con Ecstasy of Gold. Ecstasy of Gold y una marea de pantallas luminosas. Es desoladora la desconexión global que se siente cuando un alto porcentaje del personal que te rodea está más interesado en retransmitir en directo lo que está viviendo en lugar de estar en el absoluto presente. 

"Mira al frente", me digo. Y me concentro desde ese momento únicamente en defender con pies firmes y manos agarradas a los barrotes mi metro cuadrado de universo donde lo único que existe e importa soy yo, Metallica, una M y una A que cambian de color y los efectos en mi cerebro de frecuencias conocidas y desconocidas. Evitando, como bien puedo, escuchar las conversaciones que me rodean de banalidades absolutas de personas que, asumo, han pagado por la entrada algo más de lo que cuesta pasar la tarde en un bar o en los aledaños del recinto escuchando música de fondo. 

El viento, y la falta de replicas suficientes de altavoces, hace que el fondo del estadio quede ciertamente excluido del sonido más nítido que, espero, se pudiera percibir desde la mesa de sonido. Hardwired abre el espectáculo; y es una buena prueba de fuego. Una canción para mi, más o menos, desconocida. Y aún desconocida, aún sin ese lugar y surco tallado en el recuerdo acústico del cerebro, suena muy bien. Desde esa objetividad certificada que da el desconocimiento sonoro, el metro ochenta y cinco de Hetfield se planta con su característica pose, uno de los elementos que lleva casi cuarenta años otorgándole la gran personalidad escénica que tiene. La fuerza, la energía, la voz, la guitarra. Él. Y ante eso, ante esa seguridad y contundencia escénica, por suerte, los pequeños avatares del sonido -y los vecinos, sobre todo los vecinos- en ubicaciones más desafortunadas se convierten en minucias y lo único que importa es la música. 

Imagino que no es fácil hacer un setlist, menos aún llevando tanta carretera a las espaldas. Inevitablemente, ver a Metallica implica volver a ver un cincuenta por ciento -¡o más!- del setlist que vieras la última vez (aunque hayan pasado diez años desde la última vez que los viste, como es mi caso). Pero aún así, cuando suena The Thing That Should Not Be o Frantic (!) sabes que ese es el pequeño "tic" que hace la diferencia. No haber tocado esas canciones desde hace muchos años, por pequeño que sea, es uno de los motivos que hace que valga la pena estar ahí en ese momento irrepetible. Momentos así son los que me han hecho más de una vez -y las que, supongo, quedarán- seguir giras; los mismos momentos que otros, pudiéndolos hacer únicos, eligen, voluntariamente, hacerlos rutinarios. 

Desde mi parcela, este es el concierto de Metallica que más he disfrutado de las cuatro veces que los he visto: con aire que respirar, con frío, sin vecinos demasiado cerca. Hetfield y yo. La M, la A y yo. Yo y veinte años de música que me han acompañado en una extensa colección de vicisitudes. Y sí, siempre que pueda, volveré. Y esto, a pesar de la cantidad de conciertos de mi historial y de tanta música tan diferente que venero y utilizo reiteradamente como endógena fuente de todo tipo de "-inas", no es algo pueda decir tan a menudo. 

No sabría si aventurarme a afirmar que ver a Metallica es una experiencia para todo el mundo que aprecie la música sin saber con seguridad si el sonido era mejor en un lugar más adecuado pero, desde la perspectiva que dan un historial de cuatro experiencias suyas, creo que puedo atreverme y no equivocarme. 

Eso sí, quizás la próxima experiencia la valoro en un lugar donde la gente tenga más respeto por la música, pagando lo que hayan pagado por la entrada. Y que, sea cual sea el desembolso que hayan hechos, no sea Enter Sandman, por desgracia y con toda la tristeza que pueda expresar, la única canción que los levante en masa de sus asientos. Ni tampoco lo sea la anterior: Nothing Else Matters. Ambas, como no, con riadas de pantallas (en paz descansen los mecheros). Sinceramente creo que cualquier persona que le gusten Metallica desde un lugar similar al que me gustan a mi, si todo se acabara cataclísmicamente mañana, jamás elegiría estas dos canciones como epitafio. Los vecinos incómodos, seguramente sí.

"Take a look to the sky 
just before you die,
it's the last time you will"
 - "For Whom The Bell Tolls", Metallica.


PD: Al acabar de escribir todo esto me doy cuenta que hoy era el día de la madre y que, casualmente, la M y la A que presidían el escenario son las iniciales del nombre de la mía; y repican las campanas.

martes, 12 de junio de 2018

Simple Minds | Alive and kicking

Jardines de Pedralbes, Barcelona

Coche. La palabra coche me hace pensar en felicidad, en tranquilidad, en un amplio abanico de momentos y, siempre, en música. Me hace pensar en un Golf IV azul marino; mi coche si hablamos de propiedades materiales. Pero también en un Peugeot 405 color burdeos; mi coche si hablamos de otras propiedades mucho más allá de lo material. 

El Peugeot 405 tenía un compartimento entre los dos asientos delanteros -que se abría con una tapa de bisagra hacia arriba- donde cabían seis o siete cassettes (y desconozco si el fin de este compartimento era este u otro). Prácticamente, durante los siete primeros años que, aún sin saber ni poder conducirlo, ese fue mi coche, las cassettes de ese compartimento iban complementándose con las de la guantera. Sin embargo, hay cinco cassettes que siempre estuvieron allí: una con franjas azul, amarillo, rojo, un reloj, una calavera, una copa y varias personas (*); una gris efecto mármol con el título en mayúsculas negras sobre un rectángulo rojo en la parte superior (**); otra azul claro con una guitarra plateada -aunque durante mucho tiempo yo creyera que era un parquímetro extraño- (***) y dos misteriosas cassettes negras exactamente iguales -excepto por un 1 y 2 en sus laterales- con un corazón, una corona, dos manos a los lados y unas letras en las que, para mi, solo era fácil leer "LIVE" y, algo más pequeño, "In the city of light".

Por motivos difíciles de conocer con precisión tantos años después, a mis oídos le encantaban la primera ("it's easy to learn as your ABC", "tea in the sahara with you") y la segunda ("y no sé porqué tuve que marchar", "mi nombre es Juan Antonio Cortés"). Sentía también una devoción, convertida ahora en un escalofrío profundísimo en mi memoria, por el primer minuto de una canción ("Walk of Life") de la tercera cassette pero había algo en las cassettes "LIVE" que, para mi, no era como las demás. No sabría decir si me gustaba o no me gustaba; quizás la palabra exacta es que me sobrecogía, me imponía respeto. Y aún hoy lo hace. 

En esas cassettes negras, con ese únicamente inteligible "Live - In the city of light", no había sólo música: había gente cantando, emocionada, aplaudiendo, coreando; había una batería contundente, guitarras, una voz con una energía descomunal, unos coros femeninos, canciones de más de tres minutos. Sé que yo no las cantaba, no me era fácil imitar ninguna frase más allá de algún "lalala" pero, aún así, cada melodía, cada riff de cada una de las catorce canciones de estas dos cassettes se quedaron grabados en surcos profundos de mi memoria. A pesar de que, según mi madre, esa fuera la cassette de todas -no solo de las del coche- que menos me gustaba. Tenía entre cinco y ocho años y un mundo musical por descubrir (sobre todo, gracias a ella). 

Analizándolo desde ahora, con la perspectiva de los años, pienso que, seguramente, la música que esas dos casettes negras me transmitían es exactamente la misma sensación que me trasmiten ahora: un escalofrío, una sensación intensa que, aún estando más acostumbrada a vivirla, no deja de sorprenderme. Supongo que las regiones de mi cerebro que activa la música se empezaron a conectar en algún momento, quizás incluso antes de que naciera. Supongo que la sensación de escuchar ese directo era demasiado intensa para poderla asimilar sin experiencia. Y sobre todo, supongo, que la primera vez que se experimenta tal sensación -como cualquier otra emoción fuerte- no es fácil de asimilar. Ahora me doy cuenta que, en esas dos casettes, sin saberlo, estaba el trailer de uno de los momentos que cambió radicalmente el curso de mi vida: casi diez años después, comenzando el camino de mi "chifladura musical", experimenté por primera vez un concierto en directo. Y ese día se comenzó a forjar una curiosa adicción por estas vibraciones acústicas más allá de casettes, CDs, coches, radiocasetes, walkmans, discmans y cualquier otro formato diferido. Después de ese día escuché bastante a menudo esas cassettes negras con una nueva fascinación. 

Esta curiosa adicción y este largo historial de heterogéneas aventuras musicales me ha llevado hoy a los jardines de Pedralbes a ver a Simple Minds. En más de una ocasión he vuelto al asiento de atrás de aquel Peugeot 405 color burdeos, sentada en mi alza de porexpan con funda gris, mirándome cantar en el retrovisor central mientras mi madre conducía. Simple Minds era uno de sus grupos favoritos y sentía una especial devoción por este disco en directo. 

Mientras Jim Kerr cantaba, repitiendo esos gestos que lleva casi cuarenta años paseando por escenarios de todo el mundo, mientras yo me movía al ritmo de ese sonido de batería y esos riffs, además de volver a esas huellas profundas en el cerebro que la música es capaz de grabar mejor que cualquier otra experiencia humana, imaginé otra capa superpuesta a la realidad. Mirando a un lugar a unos veinte metros de mí, en uno de los pequeños balcones de la tribuna central -sin quitarle la vista a nadie- la vi apoyada en la barandilla. Con su abrigo negro largo, con unos vaqueros y unos botines, con un pañuelo al cuello, con su flequillo y sus pelos rubios cortos hacia arriba por detrás, fumando y moviendo el pie derecho al ritmo de la música. La observé, la vi mirarme, la vi sonreirme. Sonreí al vacío. En un escalofrío musical mi sonrisa se mezcló con una lágrima y me sentí feliz por muchas cosas a la vez. Y una de esas cosas era la imagen de esas cassettes negras en el compartimento entre los asientos delanteros de un coche que siempre será "mi coche". 

Mi madre nunca vió a Simple Minds en directo. Me gusta pensar que hoy sí. 

"[...] don't you forget about me".-


(*) The Police - Synchronicity
(**) La Frontera - Rosa de los vientos
(***) Dire Straits- Brothers in arms

sábado, 3 de marzo de 2018

Maria Arnal i Marcel Bagés

Teatro Tívoli, Barcelona

Entradas agotadas. Colas a izquierda y derecha de las puertas del teatro Tívoli a apenas cinco minutos de la hora prevista del inicio del concierto. Siempre impresiona ver un teatro lleno. Unos quince minutos más tarde de las nueve de la noche se apagan las luces y el telón rojo se retira. En el escenario, sobre un fondo blanco que irá reflejando distintas luces de colores a lo largo de la noche, aparece Maria en el centro, en una silla de madera y Marcel a su izquierda. Aparecen como dos siluetas con un fondo rojizo al mismo tiempo que "45 cerebros y 1 corazón" da comienzo al concierto y nos prepara para el espectáculo íntimo e intenso que está por venir. 

El aplauso cálido y emocionado al acabar el primer tema se repetirá a lo largo de la hora y media que durará su despliegue de calidad musical. Maria explica el origen de esta canción que da título a su primer disco: balas de fusilamientos franquistas crearon agujeros en cuarenta y cinco cerebros por los que se filtró el agua durante ochenta años permitiendo conservarlos prácticamente intactos. Junto a los cuarenta y cinco cerebros también se encontró un corazón conservado, sorprendentemente y sin apenas precedentes, de forma natural. Estos restos aparecieron en una fosa en La Pedraja (Burgos) en un hecho de tantos otros que invita a reflexionar, a rascar la memoria, a buscar debajo de lápidas, tierras y alfombras. Un hecho que, a pesar de la desgracia, ha tenido como resultado la inspiración para la música, letras y fuerza hipnótica de este disco. 

Las metáforas y simbolismos del hallazgo de esos cuarenta y cinco cerebros y un corazón, la memoria en todas sus formas, sentimientos universales y pinceladas reivindicativas y de crítica social son algunos de sus hilos argumentales. Pero lo verdaderamente interesante de la poesía y la música, tanto la original de Maria como la prestada de otros como Joan Brossa, Ovidi Montllor, Hector Arnau o Vicent Andrés Estellés, es que admita y consiga la libertad de escucha e interpretación de cada persona para crear su propio imaginario. 

A lo largo de la noche aparecieron una a una todas las canciones de su primer álbum junto con las de su EP "Verbena". Interpretaron también dos temas inéditos: una versión de "Miénteme" del Niño de Elche y una nueva canción, "Big Data", que describe un mundo conocido en el que los datos, tal y como reza la letra, "serán nuestros fósiles" y que, además, crea muy buenas expectativas en su próximo disco. 

Juegos de luces oscilando entre colores cálidos y fríos, sombras e intervalos de luz y oscuridad. Sombras en movimiento en el fondo creando un efecto de figuras etéreas y sirviendo de acompañamiento inmejorable a la voz y las guitarras. Conexión con el público que aplaudió cada tema con emoción aunque arrancándose sólo a cantar los coros de "Canción Total" por petición de Maria. Aplausos que reclaman y consiguen dos bises. Todo el teatro en pie al finalizar el concierto. Se cierra el telón, se encienden las luces y suena "Stars" de Nina Simone mientras la gente abandona sus asientos. 

Un gran concierto, sin duda. Uno de esos conciertos en los que el salto cualitativo entre el sonido del disco y el directo es tan grande que te hace sentirte afortunado de haber vivido un momento irrepetible. Hay un abismo entre las sensaciones que transmiten estas canciones grabadas en estudio y las que evocan escuchadas en directo y poder construir ese abismo no está al alcance de cualquiera. En directo, la fuerza de la combinación de la voz de Maria y la guitarra de Marcel -y David Soler en varios temas- atraviesa la piel, atraviesa el cerebro y el corazón como balas figuradas que abren surcos inolvidables en la memoria musical.

jueves, 16 de marzo de 2017

Hindi Zahra

Sala BARTS, Barcelona

Hay experiencias musicales que te dejan indiferente, otras en las que, a pesar de que todo sea casi perfecto, hay algún tipo de "pero" o momento que no está a la altura de las circunstancias. Pero, sin embargo y, por suerte, hay otros, pocos, muy pocos, que son sencillamente sublimes, perfectos de principio a fin, sin ninguna nota, literal o metafóricamente, discordante. Un 10. Un 11 si hace falta dejarlo más claro aún. 

Una de esas canciones recomendadas en función de los gustos de los usuarios en una lista de reproducción semanal de una conocida aplicación musical me descubrió a Hindi Zahra hace un año aproximadamente. Una voz con fuerza, con toques de jazz y blues, de años veinte y cincuenta, de locales con olor a incienso, shisha y luces rojizas. Acompañada por una música con un entramado de influencias difícil de enumerar sin dejar ninguna de lado y sin olvidar ningún lugar en un viaje musical por el mundo. Desde 2009 este conjunto de voz y música acumula una colección de tres álbumes de estudio plagados de momentos interesantes. 

Y ahí estaba yo hoy, en la sala BARTS, una de las salas con mejor acústica de Barcelona, un año después de descubrirla gracias al uno de los principales mecanismos del mundo: el azar. Puntualmente, acompañada de una banda de músicos profesionales y cercanos, destacando el percusionista y todos sus recursos sonoros, del vacío de un escenario íntimamente iluminado, aparece ella con un semblante de mujer fuerte, delicada e intensa que confirmará con creces a lo largo de las dos horas y cuarto siguientes. 

Momentos de pelos de punta uno tras otro, entre delicadezas, intervalos de todas esas influencias y catarsis musicales con toda la sala de pie entre el éxtasis y la hipnosis contagiándose del mismo estado de ella sobre el escenario. Confirmando, con un baile tribal, por si no estuviera suficientemente claro o por si no fuera suficientemente obvio, que la música despierta instintos primarios en los seres humanos. Que desde tiempos inmemoriales es una contrastada fuerza que conecta directamente con sensaciones y sustancias endógenas adictivas. Con un largo y heterogéneo historial de momentos musicales a mis espaldas puedo asegurar que no he vivido muchos como este. Cuando canciones que has escuchado relativamente poco, o nunca, te hacen emocionarte es que esas frecuencias están tocando los recovecos más profundos de tu alma sin ningún tipo de condicionamiento por haberlas escuchado con anterioridad o tenerles un subjetivo cariño especial. 

Es una pena que a la fuerza sobrenatural de esta chica y la banda que la acompaña no le hagan justicia grabaciones de poca calidad en audios de teléfonos móviles o cámaras digitales y que sus discos, a pesar de ser muy buenos, tampoco transmitan esta sensación. A cualquiera que fuera capaz de repetir esa afirmación categórica de "no entiendo esto de ir a conciertos, oyes el disco y ya está" lo llevaría a un concierto como este.

Y con toda la sala de pie, después de un aplauso infinito, sola en el escenario, a capella y junto con todas las voces de un público también de sobresaliente, se despide con un guiño a Bob Marley de apenas diez segundos: "[...] let's get together and feel alright". Y sí, la música, es tanto o tan poco como eso. Gracias Hindi. 

domingo, 21 de febrero de 2016

Smoking Stones

Sala Bikini, Barcelona

2016-02-20 - Smoking Stones - Bikini - Barcelona


En mi, prácticamente recién descubierta, senda de los grupos tributo me encuentro con un nombre hace casi un mes que nunca había oído antes: Smoking Stones. Fue fácil intuir a quién rendían tributo y, después de haber visto dos veces en mi vida a los auténticos, no podía faltar. 

A las 21:45 llego a una sala que mi memoria había convertido en bastante más grande después de muchos años sin visitarla. En el escenario un grupo que no aparecía anunciado ni en la web ni en las entradas se despedían de una sala aún medio vacía. "Trampled Under Foot" de Led Zeppelin y otros clásicos amenizaron la espera hasta unos quince minutos pasados de las 22:00 cuando las luces se apagaron y apareció la banda esperando a que una camisa de lentejuelas saltara al escenario serpenteante con los acordes de Start Me Up. 

Desde el primer acorde junto con ese "if you start me up..." de Sergio hasta la despedida con Satisfaction casi dos horas después, sobre el escenario se sucedió un despliegue de talento de estos músicos indudablemente motivado por su devoción a los Stones. Cerrando los ojos, y casi sin cerrarlos viendo a Sergio corretear por un escenario que se le quedaba pequeño, regresé a una épica tarde de amenazante tormenta en San Mamés en 2003 y a una noche en el estadio olímpico de Barcelona en 2007. Había algo de extraño y familiar en vivir esta experiencia en una sala tan pequeña. Como si fuera posible viajar en el tiempo a los principios de los Stones en salas de este tipo de aforo. 

"Portem 20 anys fent aixo", dijo Sergio en algún momento, en esa divertida fusión de frases en catalán intercaladas con "oh yeahs" y "all rights" a un impecable estilo Jagger. La música tanto si la vives, la sientes o si trabajas en ella es algo que necesita formar parte de ti y ser tan imprescindible como el oxígeno. Cuando una banda lleva tantos años guiada por ese motor simplemente se percibe en cada nota y, en este caso, con el añadido de la admiración conjunta hacia un pilar fundamental en la historia de la música. 

Se sucedieron éxito tras éxito acompañados de algunas versiones y otros clásicos menos conocidos que aparecen a continuación con un orden totalmente aproximado y con la probabilidad de olvidarme alguna: 

Start Me Up
It's Only Rock 'N Roll
You Got Me Rocking
Let's Spend The Night Together
Shine A Light
Dead Flowers
Angie
Paint It Black
Just My Imagination (Temptations)
Come On (?) (Chuck Berry)
Wild Horses
Tumbling Dice
Happy
Like a Rolling Stone (Bob Dylan)
Honky Tonky Women
Brown Sugar
Gimme Shelter
Jumpin' Jack Flash
Sympathy For The Devil
Satisfaction

Todo eso acompañado por un sonido impecable e incontestable unido a la ilusión acústica y óptica de tener a Mick Jagger a escasos metros que creaba la voz de Sergio junto con un conocido repertorio de poses. En este aspecto destacaría la naturalidad de las poses y la actitud Jagger. De alguna manera es como si simplemente la música de los Stones filtrada a través de su energía se tradujera en un Jagger totalmente natural. En ningún momento resultaba un actor con poses ensayadas sino un reflejo de la sensación y la energía de los Rolling Stones y, especialmente, de Mick Jagger. "Nuestro francés adorado" tal y como presentó Sergio al Keith Richards de la noche no se quedó atrás en su interpretación de Happy. 

En otro orden de cosas me esperaba un público bastante más volcado. Desde mi perspectiva frente a la mesa de mezclas se apreciaba un sector a la derecha y otro por la parte delantera que estaban tan emocionados como yo. Sin embargo un porcentaje de la sala no parecía estar sintiendo lo mismo. Supongo que es una sensación subjetiva. 

Posdata: Padres del mundo que decidís llevar a vuestros hijos pequeños a conciertos y que, seguramente no los expondríais horas al sol sin crema, por favor, llevadlos con algún tipo de protección para sus oídos. Gracias.